Cine parabichos: "Black Swan" y la mano dura de Aronofsky

on Saturday, April 23, 2011

Darren Aronofsky mete cabras. Es un autor de cine que sabe las películas que quiere hacer y no compromete su visión ni pa’ dios.

Si bien miramos la propuesta de Arnosfky podemos notar que todas sus películas se pueden resumir en como la obsesión progresiva, de sus distintos protagonistas, destruye sus vidas, tortura a sus allegados y de cómo el cine mismo es un medio que puede representar estas obsesiones ficticias y las del mismo cineasta… vigorosamente. El cine como plataforma para la obsesión y la demencia.

Black Swan no es la excepción. Es una película efectiva y en ocasiones efectista que mantiene nuestro interés y curiosidad hasta el último minuto. Es una pieza bella que desespera por arte (es “artsy” y pretensiosa, pero no nos molesta…la pretensión es agradable aquí). Es una propuesta notable del año 2010 y amerita alquilarla si no por otra cosa, porque no se parece a nada en oferta. Aunque sí es parecida a otras películas…las del mismo Aronofsky.

Black Swan no toma prestado de sus películas anteriores, es una suma de todas ellas. Obsesiva, “imperfecta” (me refiero a qué se suelta, no le importa el grano, ni los encuadres desbalanceados, ni la cámara en mano) y nos arrastra con la tragedia de sus personajes principales, que nace de su egoísmo y de su compulsividad.

El problema es que su juego nunca es seductor, es un perreo. Aronofsky nunca pierde el control de su audiencia pero en vez de construirnos una senda por la cual paseamos en su cine, nos agarra por la camisa y por el huevo (me refiero al “pene”, aunque no literalmente) y nos obliga a excitarnos. Cada segundo de Swan tiene una manera agresiva de derivar placer, es el equivalente a una Cialis cinematográfica, nos para el bicho bien para’o e insiste en la erección aún cuando estamos cansados y faltos de la caricia. Pero Aronofsky nunca nos pasa la mano.

Y aunque sea estimulante , la verdad del caso es que después de la primera hora Swan, aún siendo genial y memorable, no tiene nada nuevo que decir en el lenguaje de Aronofsky, testimonio de su autoría al menos. Sí, la cámara acecha a los personajes hasta el punto que les respiramos en la nuca; sí, les damos vueltas 360 grados con gran velocidad a los sujetos y cuerpos que danzan una y otra vez y despues aún más. Puro frenesí.

Si la comparamos con The Company, otra pelicula sobre ballet del fenecido director Robert Altman, evidenciamos que Aronofsky nunca nos da una mirada distanciada de su elenco/personajes, siempre quiere que nos peguemos, nos incita al roce. Donde Altman observa los cuerpos y nos da una mirada privada a la danza y su proceso creativo, Aronofsky insiste en que guayemos hebilla y pretender meterse en la mente, explorar la psiquis.

IN A NUTSHELL: El largometraje cuenta la historia de Nina Sayers, bailarina escogida para representar los dos papeles principales del Lake Swan, o sea el White Swan y el Black Swan. Nina, en busca de su cisne más prieto pone en práctica un método que le consume y vuelve loca. Vivirse el rol será su caída.

Hablando de contenido, no podemos dejar de ver a Black Swan como un melodrama esquizofrénico, una exploración de nuestro lado oscuro y erótico. Y un dejarse arrastrar por las garras del arte….hasta perder la cabeza.

Pero ocurren dos cosas cuando “se pierde la cabeza” . Uno se zumba sin miedo y corre riesgos, se llevan las circunstancias y “los motifs” hasta las últimas consecuencias y se performa la liberación. Lo otro es que que en ese frenesí se nos puede ir la mano, y podemos llegar a los insospechado. Y aunque Aronofsky lo logra, Portman se esmanda. Su propio método es un espejo para el de Nina, pero al revés. En vez de meterse en la mente de su personaje, Natalie se mete en su cuerpo. Su método no es el de los sentimientos, el alma y el convertirse, sino el de la práctica, la técnica, el “stunt”. Ese es el problema de Nina y de “Swan”, su carácter psicológico facilita el divertimiento, le da una excusa a Aronofsky de lucirse 20 veces con los mismos planos y explotar todas la convenciones del horror mental…como un masaje brusco a las zonas bajas.

Cuando llega el clímax ya estamos fatigados y no podemos venirnos.

"I'm Still Here" es un documental importante...

on










…Y específico. Es lamentable que muchos críticos y cinéfilos se hayan ido por la tangente de concentrar sus comentarios de esta película en preguntarse si todo era mentira o no. ¿Qué carajo importa?

Joaquin Phoenix debió ser nominado para un Oscar (junto con Ryan Gosling por Blue Valentine, pero…eso son otros veinte pesos). Reto a que me consigan un actor que haya arriesgado tanto por un personaje.

Si, un personaje. Todo es un “hoax”…acéptenlo, crezcan, y vean este documental como lo que es: una verdadera exploración de la cultura de las celebridades en la que vivimos y un “performance” que revela la fragilidad (y lo simple que es la manipulación) de los medios.

Todo empieza con una declaración de Phoenix en una entrevista en la alfombra roja: “Quiero anunciar que esto va a ser lo último que hago como actor, porque me retiro…”. Esa misma noche estaba en todos los noticiarios.

Poco después, el actor anuncia que va a comenzar una carrera en la música (hip-hop para acabar de joder) y esa misma noche, ¿adivinen qué? También aparece en todos los noticiarios. Así de fácil.

Lo más increíble es ver la poca dedicación y la falta de seriedad que le pone Phoenix a lo que hace, su altanería y sus cabronerías para con las personas que lo rodean. Es una celebridad con C mayúscula y el mundo le ríe las gracias.

Basta con ver su presentación, como rapero, en una discoteca de Miami para entender el compromiso de este actor para con el proyecto. Phoenix llega a la discoteca a cantar varias canciones de su disco, y luego de terminar la primera, escucha a alguien que lo insulta desde el público. El se lanza desde la tarima y el “bembé” que se forma es delicioso y digno de una celebridad que se descoce. A eso lo siguen vómitos, abucheos y por supuesto, cientos de celulares grabando el espectáculo. Y Joaquín nunca rompe personaje, porque nadie sabe que es un personaje. Y todos los presentes disfrutan su caída, literal y metafórica. Perfecto.

Lo que está pasando con Charlie Sheen hace de este un documental relevante, pues arroja luz sobre un “issue” mucho más importante que la adulación al “celebrity”. Aquí se le da protagonismo al “backlash” y al rencor que le tenemos escondido a los famosos…los queremos ver fallar. En el presente no hay nada más sensacional que ver a un famoso derrumbarse ante las presiones que trae consigo la fama, perder la chabeta, volverse loco frente a las cámaras y cometer “career suicide”.

Buscar las historias más resaltadas mundialmente en los últimos 5 años es encontrar a Britney Spears rapándose la cabeza (y siendo llevada al hospital en ambulancia), a Lindsay Lohan convirtiéndose en adicta y “pilla”, y a Charlie Sheen fumando crack, conviviendo con dos putas y transmitiendo por internet sus episodios mánicos. Es común ver estás noticias desplazando mensajes de Obama en las primeras planas.

Es triste ver como las revistas, los “sites” de internet, E! y los segmentos de farándula se hacen de millones de dólares a cuesta de la desgracia de estas celebridades. (Un claro reflejo de que a nosotros nos gusta esa desgracia, que la consumimos con pasión.)

Y I’m Still Here es precisamente una presentación e investigación de esta cultura, de la mano de dos actores (no olvidemos a Casey Affleck detrás de la cámara) que con intención manipularon el sistema, a su vez mostrando lo que sucede con el ser humano detrás de la historia.

Porque esto no se debe perder de perspectiva. Charlie Sheen es un ser humano. Lindsay Lohan es una mujer de carne y hueso. Britney también.

Igual que se han celebrado documentales como Salesman, Gimme Shelter y Bowling for Columbine dado a lo representativos que son de momentos en nuestra historia; da pena que se le haya restado valor a I’m Still Here debatiendo estupideces sobre su ficción o realidad. Este documental merece ser visto y Joaquin Phoenix merece ser reconocido (igual que lo fue Sasha Baron Cohen por Borat) por ser un genio “performero”.

Uno de los problemas o “issues” que enfrenta la sociedad del 2011 es la cultura del “celebrity”. Y yo no he visto cine documental que lidie con el asunto como lo hizo I’m Still Here.

"The Missing Person" y un manifiesto cojonú de su director

on

The Missing Person es una anomalía dentro de la corriente de cine americano contemporáneo. Una película que se atreve a ser específica; su tono es consistentemente raro, y por primera vez en mucho tiempo se nos presenta un filme de detective que está mucho mas preocupado por los conflictos internos de su personaje principal que por su trama.

Los cojones de esta película radican en ser una de las pocas propuestas recientes de "film noir" que usa la forma de este género a su favor para hacer de su “historia” una socialmente relevante. La película hace lucir a Black Dahlia de Brian de Palma (y a todos los otros fallidos intentos de revivir el "film noir" por parte de las super-producciones gringas) como un informe oral de una guaynabeña que estudia comunicaciones y que está mucho más preocupada por el color de las plantillas de su Power Point que por la retrajila de acentos que ignoró por ser una imbécil.

He aquí un escrito del director del filme, Noah Buschel que resume al pie de la letra mi sentir en cuanto al cine contemporáneo se refiere:

“Para mí, “historia” es la palabra más sobre-utilizada en el mundo del cine actual. Escucho a actores diciendo: “Yo solo quiero contar buenas historias”. Escucho productores diciendo: “Yo tengo una pasión intensa por las historias”. Jerry Bruckheimer está en un comercial llamándose a sí mismo “storyteller”. Quizás lo sea.

No sé en que momento el cine independiente se convirtió en sinónimo de contar historias. ¿Cuándo fue que este énfasis extremo en la narrativa se materializó? Como si una película no se prestara, en iguales términos, a ser un poema o una pintura. Pero no escuchamos a actrices protagónicas diciendo: “Yo quiero hacer grandes pinturas” y esto es probablemente una de las cosas más difíciles que enfrentamos los cineastas hoy en día. Si uno quiere hacer una película que no este guíada por la trama, uno tiene que disfrazarla. Yo escribí un guión que está vestido de "film noir" aunque en realidad era mucho más un guión tipo “sueño lúcido” que un guión detectivesco de “¿quien lo hizo?”.

Me resulta gracioso que Sundance este celebrando el arte del “storytelling” para su aniversario. Para mí el cine independiente siempre fue un lugar en el que sus películas podían ser lo que quisieran ser. Cuando pienso en A Woman Under the Influence, la pienso como un retrato. Badlands de Terrence Malick parece mas un "haiku ballad" que una historia. Robert Altman decía que él veía sus películas mas como pinturas que como historias.

No puedo evitar pensar que cuando la mayoría de la gente habla de “storytelling” en el cine contemporáneo, en realidad de lo que están hablando es de la homogenización y del embrutecimiento del cine. Todo está articulado, se mueve con fluidez, te han dicho todas las respuestas y no hay nada quedado en el aire. No hay tiempo ni espacio para respiración, transformación, rarezas y locuras. Es cine como una actividad intelectual estrecha, hecho para bajar fácil en una “laptop”. Es académico y aburrido. Le sirven al cerebro de la gente, en vez de a su cuerpo y a sus entrañas.

Todos tenemos nuestras propias historias y la de personas que conocemos. Somos todos buenísimos contando esas historias. Nuestro cerebro lo hace todo el día. Pero hay una experiencia y una visión que va más allá que las historias. Y eso es precisamente lo que me trajo al cine en un primer instante. Esos momentos en los que un filme abre y expande tu cerebro. Los conceptos desaparecen. El juicio se rinde. Ver Spirited Away de Mizayaki en una sala de cine oscura es como escuchar a Charlie Parker o leer a Emily Dickinson. La pequeña mente racional da espacio a algo que va más allá de los pensamientos.

Y esa es la batalla del día a día para un cineasta como yo. Estoy interesado en ir más allá de las historias pero el mundo del cine independiente está, con cada día que pasa, más y más guíado por el 'storytelling'.”

Noah Buschel
Filmmaker Magazine (Winter 2009)

Rabbit Hole no es "cool"

on

Rabbit Hole es una película de adultos, para adultos. No hay tetas, nalgas, penes o vaginas. No hay penetración. No hay pistolas, ni machetes, ni cuchillos…ni sangre.

Hay un excelente guión. Hay un elenco de actores en potencia. Hay una dirección madura que maximiza todos los aspectos dramáticos y temáticos de la historia. Que grata sorpresa…

Es increíble poder mencionar todos estos descriptivos en una película de John Cameron Mitchell (Hedwig and the Angry Itch, Shortbus), quizás el director más “inmaduro” de toda esa generación de cineastas que despuntaron en los años 90; pero es que este filme es específico. Hacía falta una persona que entendiera lo que la pieza quiere decir y Mitchell acertó: aquí se brega con el luto y sus efectos, no solo en los protagonistas, sino que en todas las personas que entran en contacto con ellos.

Todas las escenas, todos los momentos de esta película están enfocados. Becca (Nicole Kidman) llega a casa de su mamá, a visitar a su hermana y ve a un hombre negro que le da comida a un perro. Este perro le ladra a Becca, el hombre negro lo regaña y le dice a ella: “Tranquila, por alguna razón se pone así cuando le da hambre”. Ella le dice: “Lo sé, ese es mi perro”. Y con esa respuesta este hombre entiende todo, lo importante que es este perro y lo insignificante que es él. “Oh, un placer, yo soy Auggie”, le dice el hombre a Becca y ella descubre que este es el padre de su sobrino.

Ahora, un guionista y un director inseguro se hubiesen dejado seducir por el montón de posibilidades que le trae esta revelación a la próxima escena. Quizás la hubiesen desviado a una discusión “interesante” sobre raza, o sobre lo mayor que está el hombre para la hermana; pero no, se hace un solo comentario y se regresa enseguida a lidiar con el sentido de pérdida que siente toda la familia.

Ese tipo de concentración y visión de túnel, hacen que Rabbit Hole sea una de esas pocas piezas en el 2011 que está más preocupada con los humanos de su historia que con la forma y el estilo en su presentación. Está anclada en sus personajes y que bueno…es un respiro.

Nicole Kidman sabe escoger proyectos. Esta es la misma actriz que en los últimos diez años ha protagonizado Margot at the Wedding, Cold Mountain, Dogville, The Hours y The Others. Todas, películas que han sabido aprovechar esa frialdad que tan fácil comunica su rostro para obtener diferentes resultados. John Cameron Mitchell lo utilizó a la perfección. Aquí es un placer ver a Kidman batallando con su neurosis en silencio. En todos los cuadros del primer y segundo acto se ve a una mujer que le guarda secretos al mundo presentándose como fuerte. Es sorpresivo el efecto que causa en uno el ver esa fortaleza en su rostro quebrarse.

Pienso que Aaron Eckhart comparte esas cualidades con Kidman (el del “tough, strong-minded people”) y, aunque su personaje va en el asiento del pasajero de la película, es preciso observar como el guionista y el director fueron justos con su desarrollo. Lo importante es que a Eckhart no se le vio esa cualidad artificial californiana que abunda en muchos de sus “choices”. Y bien por él.

La fotografía de está película no quiere llamar la atención. La cámara es estática y la iluminación es común. Pero todo funciona. Pareciera que Mitchell quería que su filme operara en el mismo contexto estético de Army Wives o Desperate Housewives, que no hubiesen quiebres en el proceso de inmersión y que al espectador se le hiciese fácil el entrar a la suburbia. La familiaridad con esta atmósfera , la desaparece (eso es algo en lo que no se piensa), para así darle un real protagonismo a los personajes en pantalla.

Está claro que habían profesionales tomando decisiones en Rabbit Hole. Y la mayoría de estas decisiones chocan con las tendencias en el cine hecho para vender taquilla. Si, este es un filme “anti-cool”. Pero en una era pos-moderna (super referencial y auto consciente) de cine, es chévere ver propuestas maduras de cineastas a los que no les importa un soberano carajo lo que piensen las audiencias. Está es esa película, este es ese cineasta. Todo quedó depositado en mantenerse fiel a la historia que querían contar y a sus personajes. Aplaudo su confianza. Está excelente…